jueves, 21 de octubre de 2010

Chapín

Respuesta a Javier Payeras

Payeras se preguntaba, en Ruido de Fondo, si existe verdaderamente el guatemalteco. Yo no sé. Si es por haber nacido aquí, talvez. No hay identidad cultural en esta ciudad. Somos la cultura desculturalizada.

Ayer manejé por la ciudad. Pasás por la zona 14, impoluta, los Mercedes Benz vomitando niños en Futeca, árboles, cielo azul, perfección. La exquisita mierda de la clase alta en todo su esplendor.
Vas al centro. Lo primero que identifico con el centro son los cables de electricidad. La tecnología, el siglo XXI que no nos deja ver el cielo. Paredes despintadas, gente ocupada caminando por ahí. Estudiantes en las esquinas. Había un drogadicto desmayado en la puerta de una casa de casi media cuadra y cien años de edad. Frases revolucionarias y graffiti en cada esquina. Hay algo de esplendor en el centro. Perdido, sí, pero hay algo. Tiendas de chinos, la sexta avenida. Una soledad opresiva me sorprendió cuando estaba ahí. Uno está solo en el centro.

Me pregunto yo también si de verdad existe el guatemalteco. Payeras dice que no, que cada uno de nosotros tiene su propio país.

Yo no sé, pero me siento guatemalteco en el centro. Pertenezco a la zona 14, pero no puedo con la hipocresía y falsedad que se respira. No puedo con la Cañada, prisión de ricos. No puedo con las casas con empleadas/esclavas, no puedo con los carros nuevos para el hijo que se gradúa del colegio. No puedo con la apatía de la zona 14.

Siento que si en verdad existe el guatemalteco, está en las calles congestionadas del centro. Donde uno no importa, donde la melancolía flota y se mezcla con el humo de las camionetas. El guatemalteco existe en la señora que se bajó del bus y camina por la calle. El guatemalteco existe en el chavo que cuida los carros. El guatemalteco existe en los cables de electricidad del centro.

Caminaba por la séptima avenida. El sol, filtrado por los cables, me pegaba de lleno en la cara. Fumaba un cigarro, le dí fuego a un señor cincuentón en la esquina. Gracias, canche, me dijo. Sonreí, continué caminando. De un sucio comedor salían tres hombres, olorosos todavía al almuerzo. Me puse a escuchar. Bocinas de carro, el zumbido de un transformador viejo, carcajadas de los borrachos tempraneros en otra esquina. Hasta atrás, ese silencio impenetrable. Solo en el centro hay un silencio así detrás de todo el ruido. Apagué el cigarro y seguí caminando.
Ahí es cuando sentí al guatemalteco que tengo dentro moverse. Ahí fue cuando pude contestar a Payeras.

Existe un guatemalteco. Lo tenemos, todos, escondido, metido en lo más profundo. Solo es cuestión de despertarlo.


Teo Rodríguez

No hay comentarios:

Publicar un comentario