miércoles, 11 de agosto de 2010

Mi casa sin paredes. (Carmen López)


Casa, hasta hace poco me creía la definición de casa que me enseñaron desde chiquita, la casa en forma de cuadrado con un techo triangular y el humo saliendo por la chimenea. Todavía recuerdo cuando con crayón de cera dibujaba unas grandes nubes celestes y un gran sol de verano sonriendo arriba de mi casa. Ahora sé por experiencia propia que mi casa la llevo en la espalda, amarrada con los recuerdos de mi familia, con mis convicciones, mis pensamientos, mis experiencias. Eso me permite desplegar mi casa en cualquier lado y sentirme en mi hogar.
Aún así necesité un lugar físico para pasar las noches, cuando la casa que dibujaba de niña se derrumbó.  Mi casa es lo que en otra época llamé colegio, mi segunda casa, que por vueltas de la vida se convirtió en mi verdadera casa, mi única casa, mi resguardo y protección.
Todavía recuerdo la primera impresión que tuve de él hace cinco años. Un colegio grande, de construcción de ladrillo, cuatro o cinco edificios rodeados de flores y dispersos en lo que hace siglos fue una finca de café.  Árboles de tronco grueso y del alto de un edificio de 7 u 8 pisos, regados por todo el y contrastando con los grandes edificios del alrededor.
Me gusta sentarme en las gradas  que hay entre el edificio de administración y el edifico de básicos, que forman una especie de l, unidos por la capilla en un conjunto de gradas que permiten subir o descender en todas direcciones. Por las noches, en la época lluviosa, “la pradera” un gran campo verde en el centro del colegio, un gran grupo de libélulas se posan sobre la grama, y encienden y apagan  su luz en un vaivén de energía, unas adelante y otras al fondo, realizan una coreografía, un espectáculo de luz natural.
 Del otro lado del colegio, en la provincia, un gran pedazo de bosque permanece aún intacto. Aunque sea el día más soleado, las ramas inmensas de los árboles milenarios te cubren, dejan pasar uno que otro rayo de sol  y se siente un frío ligero, fresco, un aire que da la sensación de libertad y tranquilidad. Si pudiera capturar ese aire diría que es tranquilidad es su estado gaseoso. El sonido de los pájaros siempre te acompaña y yo miro hacia arriba en busca alguno, pero están tan alto que no alcanzo a distinguirlos. 
Carmen López
1127609



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