domingo, 22 de agosto de 2010

Regreso


Por: Julio Micheo 

Tomo el camino oscuro, iluminado por unos focos blancos. Como si fuera una señal para sacar a la gente que de la Universidad. Esa ruta fría es transcurrida por todos los estudiantes, que al igual que yo, dejamos el carro en el famoso “hoyo“. Definitivamente ese famoso parqueo es como un gran embudo, especialmente a las 9pm. Camino por el suelo empedrado del estacionamiento, al ritmo de la canción que está sonando en mi Ipod en ese momento. Mi mano izquierda empieza a jugar, ansiosa, con las llaves que se encuentran en mi bolsillo. Mi mano derecha va sosteniendo uno de los tirantes de mi bolsón negro, el cual va suficientemente agarrado a mi espalda, sin embargo mi extremidad superior derecha le da comodidad a esta mueca.

Subo a mi carro y cierro la portezuela que hace un ruido del roce de dos metales como que si estuvieran luchando por tratar de estar en el mismo lugar al mismo tiempo. Me dispongo a hacer la larga y tardada fila de salida. Viendo pasar a muchos desgraciados que saldrán después que yo, como un pequeño triunfo. Salgo del desdichado “Hoyo“ y piso el acelerador a fondo, aprovechando el poco tráfico de la hora, e ignorando la humedad arraigada al asfalto.

Poco a poco pasan a mi lado los postes encendidos con luces amarillas, que  cada vez se hacen más contiguos cuando termina la calzada la paz, y empieza la zona 5. Me voy adentrando a los bajos barrios de la zona 1. Que yo llamo, mi barrio. Logro tomar la 2da calle. En la cual las primeras cuadras tienen adornos, que ni son para hombres ni para mujeres, los cuales se intercambian por unos cuantos quetzales dando placer barato. Y al fin salgo de esa selva de put@s y veo mi cuadra. Paro, parqueo, apago, salgo y cierro el carro.

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