miércoles, 18 de agosto de 2010

...sí, se acepta regateo...

Por: Andrea Martínez



Sobre la 7 Avenida de la Zona 9, en un costado de la vía en donde transitan los vehículos, hay una venta de economía informal. El olor trastoca en el sentido del gusto, evidencia los panes con guacamol y salchicha que allí preparan manos laboriosas. Sensación que por cierto deja que a cualquiera se le apetezca. El ambiente es un poco ruidoso, se escuchan los estridentes alaridos de los claxones y motores de los carros al acelerar el paso cuando el señalador verde se los concede.

Alrededor de la carreta roja, hay otras personas. Gente que colabora con la preparación de la comida, o reciben la paga. Pero, en particular, hay una mirada que representa la inocencia pura. Esas pupilas cafés, se mostraban perdidas. Eran tan solo el reflejo de la niñez laboriosa que vive en las calles. Su mirada expectante hablaba ¿mi presencia por este transitar será notoria?

De pronto, un carro se detuvo, se ahorrillo por donde está el dueño de las pequeñas manos. Es evidente que el trato que le mostraron no era de su edad. La misma necesidad de vender las rosas, lo obliga a acercarse a la ventanilla del vehículo, sin pensar en el riesgo que esto puede conllevar. Con una sonrisa, y con un ruego inquietante le muestra las flores. Emocionado corre hacia su padre para pedirle cambio. Era una venta lograda, lo que podía significar la oportunidad de un plato de comida.

No tuve el valor y el coraje de acercarme a donde estaba el niño, hasta cierto punto estimo que fue el temor y la cobardía de no afrontar una realidad que es latente en esta ciudad. ¿Miedo? Sí, miedo. Por cualquier represalia que pudiera tomar sus progenitores en mi contra. El chico corría con la suerte de estar al lado de sus padres, pero muchas veces esa realidad es otra, hay niños y niñas que recorren las calles pidiendo dinero sin ninguna protección corriendo el riesgo de gente que sólo desea dañar su integridad física y moral. Lo cierto es que, esta es mi historia. Pero estoy segura que sí pudiera adentrarme en sus pensamientos y el tuviera la oportunidad de contarme su historia lo haría de esta forma:

“Mi trabajo es sencillo, y sí, se acepta regateo. Pero no más de la cuota establecida… que día el de hoy, frío y con algo de lluvia, ya vino el primer cliente, me compró dos ramos de rosa, yo le dije que llevara uno para su esposa y otro para la niña. Aceptó. Ya con esto tengo para que mi papá no me regañe. A mi hermanita se le va en jugar con tapitas todo el día, si intento quitarle alguna seguro que me cae con Mariela, ella es mi hermana grande, que no hace más que vigilar como va la venta…”

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